El día sin Respuesta

Un relato Apocalíptico

El cielo de Madrid amaneció con un extraño tinte rojizo, como una advertencia sin voz. Elena comprobó los datos atmosféricos en su tablet mientras atravesaba la Puerta del Sol. Como meteoróloga del Centro Nacional de Investigación Climática, sabía que algo inusual ocurría: las lecturas de radiación electromagnética estaban fuera de escala.

Metros atrás, Tomás revisaba el sermón para el culto dominical. Como pastor de la Iglesia del Último Amanecer, llevaba años predicando sobre el Rapto.

—La venida de Cristo está cerca —murmuraba—, pero nadie sabe cuándo, vendrá como ladrón en la noche…

El primer destello ocurrió a las 9:47 a. m.

Un destello sin origen, un relámpago sin trueno. Luego, el mundo se detuvo. Vehículos chocando sin conductor. Aviones, como pájaros rotos, cayendo en cámara lenta. Ropa esparcida sobre la acera, como si la gente se hubiera evaporado.

Caos. Millones habían desaparecido del orbe.

Desde un piso de la Torre de Cristal, Elena y Tomás, que almorzaban en distintas mesas, se acercaron junto a los que quedaban a los amplios ventanales, mirando perplejos cómo la ciudad se sumía en el pánico.

—¿Cómo…? —gritó Elena—. ¿Qué es lo que ha pasado?

—¡El Apocalipsis! —exclamó alguien, arrodillado.

Tomás dejó caer su Biblia al suelo.

—No puede ser el Rapto —negó con vehemencia—. Sigo aquí. Debe haber otra explicación.

Las pantallas gigantes de los grandes edificios se encendieron simultáneamente:

«Mantengan la calma. Un gobierno mundial provisional ha sido establecido para gestionar esta crisis. Permanezcan en sus hogares».

—Lo están controlando todo —Tomás alzó la voz con un temblor extraño—. Esto estaba planeado. Años. Décadas. Esto no es el Apocalipsis, es el Gran Hermano.

Elena miró su cuello clerical.

—¿Usted, un pastor, negando las profecías? Sabe lo que está pasando. La ciencia no puede explicarlo, pero mi intuición sí.

—No… Yo… Esto no puede ser. Jesús no vendrá ahora. Lo que viene es una gran dictadura.

Abajo, en las calles, el pánico se transformaba en algo más organizado. Vehículos oficiales sin identificación comenzaban a patrullar, mientras drones surcaban el aire con un zumbido inquietante entre los edificios.

Elena se abrazó a sí misma, sin saber si temblaba de frío o por la revelación.

Final místico

Elena se arrodilló lentamente y recogió la Biblia que Tomás había dejado caer.

—Mateo 24:40 —susurró—. «Estarán dos en el campo; uno será tomado, y el otro será dejado.» Siempre creí en los datos, en lo tangible. Pero ahora…

Una luz cálida comenzó a filtrarse entre la bruma. No era el sol. Era otra cosa. Algo que observaba desde lo alto, susurraba desde dentro y existía desde siempre.

Los que quedaban en las calles alzaron sus rostros, algunos con miedo, otros con súbita comprensión.

—¿Sabe por qué no fuimos llevados, señor pastor? —Elena sonrió con tristeza. —Porque ninguno creía realmente. Usted predicaba sin fe; yo observaba sin alma.

El cielo se abrió como un velo rasgado, revelando algo inmenso, imposible, sagrado. En ese instante, ella lo entendió: no era cuestión de desaparecer, sino de despertar.

Final científico

Las comunicaciones colapsaron. Satélites, redes, señales: todo era ruido blanco.

Tomás tomó su teléfono e intentó llamar con desesperación, pero nada funcionaba.

—¡No puede ser coincidencia! Están eliminando testigos, controlando la narrativa.

Elena no lo escuchaba. Tecleaba sin descanso, cruzando datos en su portátil con precisión quirúrgica.

—Miren esto —dijo al fin—. Las desapariciones se concentran en las zonas con mayor exposición a la anomalía. No es un juicio. Es… una reacción. Física. Tal vez cuántica.

—¿Un arma? ¿Un experimento? —preguntó un muchacho.

—O una transición —Elena deslizó un mapa tridimensional con los dedos—. Hay teorías sobre universos paralelos, sobre puntos de ruptura en la realidad. Hoy, uno se abrió.

En las pantallas de las calles apareció un nuevo mensaje:

«Se ha implementado el Protocolo Omega. Su seguridad está garantizada. Coopere con las autoridades».

Tomás miró por la ventana. Los drones descendían, uno por cuadra, descendiendo como un enjambre y tomando muestras del aire.

—Quizá —dijo Elena, señalando sus datos—, estamos presenciando el primer contacto documentado con una dimensión paralela. La física cuántica siempre planteó esta posibilidad. Lo que importa no es adónde fueron los que desaparecieron, sino quiénes somos ahora, sin ellos.

Y mientras las sirenas ululaban y el mundo se convertía en un laboratorio, Elena comprendió que la humanidad acababa de cruzar un umbral del que no había retorno.

Estaban siendo observados. Ahora… eran parte de un experimento inter dimensional.

La realidad, tal como siempre la habían entendido, había dejado de existir.


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Santiago Manuel de la Colina
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