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Mostrando entradas de mayo, 2025

La rana y la jirafa

A Segovia, los humanos creídos, llegaron por el camino marcado por los animales. En la terraza, la jirafa tranquila miraba obnubilada la galaxia del agua reflejada en el alto toldo rojo. La rana quería ir, quería bajar y hablar con los humanos, y saltaba para verlos entre los barrotes de la barandilla, pero su esposa jirafa le advertía. Los humanos, abajo,  picaban el asfalto con el martillo neumático que a cada uno le dieron al nacer, para romper el rompecabezas fruto del sortilegio primigenio, que encapsulaba en dados todas las imágenes. — Todo es tan sencillo cuando va bien — decía suspirando la jirafa melancólica, metiendo una uña en la piscina de un palmo, sin quitar la vista al reflejo del agua. — Pero es que no va bien — se quejaba la rana saltando para ver entre los barrotes, —mientras no sepan lo que hacen no está bien.   — Déjalos, rana ilusa, ¿ves las imágenes liberadas como suben y vuelven a formar el mundo real?, ellos no saben lo que hacen, o creen que hacen o...

Corazón de Tiempo

El anciano miró por la ventana cómo el sol caía detrás de las montañas. Anotó el tiempo exacto en que sus últimos rayos se fundieron en la penumbra.   Le gustaba hacer eso, sentado en su arcaica silla, que era más vieja que él. —Cada cosa tiene su tiempo, Homero —le dijo a su regordete Hámster, que masticaba una nuez. Se detuvo y le miró con ojos curiosos. —No sabes cómo el tiempo se ha guardado en sus átomos. Cada elemento vibra. ¿Crees tú que las cosas se descomponen nada más por desgaste? Homero se miró las garras. Sacó la lengua y encogió los hombros. —Lo que se muere en la materia, en nuestras células, es el tiempo. Es como un espíritu, ¿sabes? El pequeño recargó sus cuartos traseros sobre el aserrín, apoyó una pata delantera sobre la base de su rueda giratoria, bostezó y se rascó un abultado carrillo. —Estamos poseídos por el tiempo. Nuestro corazón late al ritmo de su Tic, Tac. Hay cosas donde el tiempo se siente mejor, como el escritorio. Tiene 230 años, o...

Li y Kai

LI y KAI Andando distraídos ninguno de los dos pensó que la tontería de un choque en una esquina traería el amor para ambos. - ¡Oh, Li!, mira por donde andas, me acabas de echar el café encima de mi corbata preferida. - Lo siento, iba mirando el móvil y no te he visto. - Pues es raro que no me veas con esos ojos tan hermosos que tienes. - Lo raro es que me hayas visto tú con los tuyos, que no sé donde tienen el iris. Solo una rayita en cada lado de la cara. Seguro que eres asiático. - Pues sí Li y tú? ¿De qué parte de España eres? ¿Porque eres española no? - Andaluza, ¿no se me nota? ¿Y por qué me llamas Li? - Los nombres son una parte fundamental de la identidad de una persona, sobre todo en Asia. ¿Sabes que significa Li en mi país? - No, dímelo tú. - Belleza. - ¡Olé, esa gracia salerosa de ojitos rasgados! Gracias por el piropo y ahora me dirás que tu nombre es Yokitotucaca. - Jajaja, no, me llamo Kai, que significa "triunfar". ¿Y cómo te llamas tú si puede saberse? - Carme...

Yo

Hace unos meses, en una reunión de amigos, estábamos charlando sobre aquellas locuras que hacíamos cuando éramos jóvenes. Entre risas y buenos recuerdos, el tema fue derivando hacia preguntas un poco más difíciles o quizás más trascendentales. A alguien se le ocurrió preguntar qué pensábamos que sería lo más duro que nos podría pasar en esta vida. Se hizo un silencio que se podía cortar con un cuchillo. Yo me quedé pensativo. Tímidamente, fueron respondiendo: uno dijo que quedarse en la calle sin nada, otro perder la salud, otro perder a la familia… y otras cosas que ahora me parecen ridículas. Estábamos muy equivocados. Hay cosas más duras. O quizás, lo más duro es aquello que ves venir y no puedes detener, que no tiene solución posible. Esa impotencia de querer y no poder… eso es lo peor. Ahora estoy viviendo uno de esos momentos. Un momento duro, a nivel personal y físico, pues vivo sin vivir, como sin comer, respiro sin respirar... veo sin mirar y escucho sin oír. Esto que cuen...

Campana rota

El paquete parecía una caja de zapatos cuadrada. Venía atado con un delgado cordel rojo, pero no pensó en su simbología hasta pasado un rato. Era un día caluroso de agosto. Akiko tuvo que detenerse en el parque Inokashira bajo un frondoso cerezo para protegerse del sol, descansar de la caminata hasta la Yūbin-kyoku, la oficina de correos. Pero también se detuvo por la curiosidad. No esperaba ningún paquete esos días. No llevaba remitente y la dirección estaba escrita en rōmaji, en letras occidentales, con una parte emborronada por haberse mojado. Estaba a su nombre y el número y la ciudad eran legibles: Akiko Yamada 1-14-8 Asahi-cho Se habían completado el distrito y el código con un sello de correos en escritura kanji: Mitaki-shi, Tokyo-to 181-0013 Podía ser un error, pues su nombre era bastante común y el empleado de correos podía haber equivocado el distrito. Esto le producía incluso más curiosidad. Con la excusa del calor, se sentó en el banco bajo el cerezo y abrió el paquete a su...