Campana rota



El paquete parecía una caja de zapatos cuadrada. Venía atado con un delgado cordel rojo, pero no pensó en su simbología hasta pasado un rato. Era un día caluroso de agosto. Akiko tuvo que detenerse en el parque Inokashira bajo un frondoso cerezo para protegerse del sol, descansar de la caminata hasta la Yūbin-kyoku, la oficina de correos. Pero también se detuvo por la curiosidad. No esperaba ningún paquete esos días. No llevaba remitente y la dirección estaba escrita en rōmaji, en letras occidentales, con una parte emborronada por haberse mojado. Estaba a su nombre y el número y la ciudad eran legibles:

Akiko Yamada

1-14-8 Asahi-cho

Se habían completado el distrito y el código con un sello de correos en escritura kanji:

Mitaki-shi,

Tokyo-to 181-0013

Podía ser un error, pues su nombre era bastante común y el empleado de correos podía haber equivocado el distrito. Esto le producía incluso más curiosidad. Con la excusa del calor, se sentó en el banco bajo el cerezo y abrió el paquete a su nombre. Algo protegido por viruta de cartón, envuelto en un hermoso papel azul índigo que le hizo sentir frescura de inmediato. El papel crepitó al coger el objeto. Debajo encontró una nota en un refinado papel artesanal, grueso y con diminutas semillas incrustadas. En el papel estaba escrito, en inglés, lo siguiente:

Querida Akiko, espero que el calor sea soportable en Namerikawa.

"Rana flaca,

no te rindas, Issa está contigo".

Con afecto, Isa.

Quedaba claro que el paquete no era para ella, pero el haiku de Issa le tocó en lo profundo de su ser. En ese instante en que dudaba de si guardar y entregar el paquete como erróneo o seguir su impulso de curiosidad y desenvolver el objeto, una majestuosa grulla descendió a beber agua en el estanque del parque.

La grulla de la esperanza, el cordel rojo del destino, el azul de la verdad y la calma. "No te rindas, flaca". Parecía hablarle totalmente a ella, a esta Akiko en Mitaka.

La grulla emitió un sonido extraño, le recordó a una campana rota y se acordó de otro haiku de Basho:

"Incluso el sonido

de la campana rota

es voz de primavera."

Y mientras lo recitaba en voz baja, como si estuviese en un sueño, sofocada por el calor y el martilleo de las chicharras, desenvolvió el objeto. Un hermoso cuenco kintsugi lleno de grietas doradas. Un objeto roto y renovado, con un nuevo valor. Akiko no pudo contener las lágrimas. —No estás rota, flaca —se dijo a sí misma—. No estás rota. Aún puede sonar tu voz en una próxima primavera.

Dobló el papel azul y lo guardó con cuidado dentro de la caja junto con la nota. Colocó el cuenco encima. Lo dejó todo sobre sus rodillas y juntó las manos a la altura del pecho. Cerró los ojos e inclinó la cabeza, todavía llorando:

"Gracias, Isa.

Lo siento, Akiko Yamada de Namerikawa.

El destino me ha traído esta esperanza a mí."

Después consiguió sonreír. Se ató suavemente el cordel rojo al dedo meñique. Se puso en pie y volvió a casa, erguida, calmada, fuerte. Con ganas de vivir.

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Isabel Hope, marchante de arte en Londres, prometió enviar a su colega, Akiko Yamada, un cuenco Kintsugi de poco valor, que guardaba en el almacén de su galería por no encajar en las colecciones con las que estaba trabajando, pero sí con la pequeña exposición de objetos Kintsugi que Akiko organizaba en su ciudad natal, Namerikawa, antes de volver a Londres tras las vacaciones de verano. Quiso incluir un guiño a la cultura de su amiga con el haiku en la nota, y buscó uno de Issa por bromear con su propio nombre. Lo de "flaca" le gustó, porque Akiko estaba realmente flaca. El resto del poema le daba igual. Issa y flaca eran suficiente mensaje. El cordel rojo lo improvisó como detalle para animar aquella caja de cartón sosa y fea. Un paquete de pasteles que le habían regalado unos clientes lo llevaba, y lo reutilizó. Le pareció suficiente adorno.

Con tan profunda preparación entregó su paquete en correos. Y el 8 de agosto la Esperanza voló en avión hacia Asia.




María J. López Sariñena


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