Piara

Eulogio, resentido hasta la médula, tenía por fin atados en dos antiguas mesas de matanza, en el patio interior de la casona, a los dos hermanazos gemelos que le destrozaron la vida, estaba por fin feliz. El 11 de septiembre de 1998 se ejecutó la expropiación forzosa de su prado, tuvo que vender todas las vacas excepto a Petra, Mansa y Sonora, que hoy pastaban en el jardín de lo que le quedó, y vio durante tres años cómo en lo que fueron sus tierras construyeron un enorme parque acuático y un camping de lujo, que hoy estaba saturado de familias mediocres, atontadas, que al pasar por su verja baja riendo arrastrando trastos, se atrevían a preguntarle si podían hacerse una foto con las vacas, y es que hasta uno de los hermanos le quiso contratar para que su casona y el jardín formaran parte de las atracciones, como espacio retro, para que los idiotas pudieran tener una experiencia inmersiva rupestre.

Mese antes del 11 de septiembre de 1998, a primera hora de la mañana, un procurador se acercó a su casa, le dio un papel en mano, se lo leyó y se marchó. Él, atareado y pendiente de su vacada, con doce partos en ciernes y veinticinco operarios ganaderos esperando sus instrucciones, además de veterinarios y equipo de limpieza, arrinconó en su cabeza lo que había escuchado y se puso a trabajar sin más. Más adelante, cuando la guardia civil le echó y las máquinas lo destrozaron todo, todos los trabajadores le echaron en cara  que no hiciera nada, que no alegara que el suelo era rústico, que bordeaba un paraje natural protegido, que no se podía hacer la expropiación en la transición a urbanizable..., así que todos sus trabajadores y todos en el pueblo, pensaron que era una rata, que los había vendido por cuatro duros, y desde entonces nadie le dirigió la palabra.

Hermoso y Trasgo,  los dos vecinazos gemelos que a tumba abierta movían los hilos de la diputación, en 1992 le habían echado el ojo a un proyecto urbanístico de gran calado, y de forma sigilosa y en petit comité, poco a poco, fueron dando pasos y zancadas hasta que la cobertura legal fuera robusta y llevarlo a cabo, pese a que un empresario rural y su equipo cayeran, y con ellos toda una comunidad. 

Eulogio desde enero de 1999 se dedicó en cuerpo y alma a  buscar la manera de matar a los grandazos gemelos y llegado el día, ejecutó el plan con el objetivo de nunca ser descubierto para poder así regodearse libre. El 11 de septiembre de 2001 a las 15:15 desde debajo de la mesa de la cabaña donde los gemelazos acababan su bocadillo tras la habitual caminata, les pinchó la anestesia, luego los envolvió en unas mantas, los arrastró hasta el carro, los cubrió de yerbas,  y los llevó ayudándose de Sonora hasta el patio interior de la casona, allí los subió a las mesas de matanza, los ató y cosió sus bocas con el hilo que usaban para reparar las vaginas de las vacas tras los partos, cuando se despertaron y fueron conscientes, Eulogio les contó quién era, después volcó las mesas y soltó a la piara hambrienta. Estuvo ahí toda la tarde emocionado viendo como no iba quedando ni rastro de ellos, y cuando los cerdos acabaron sintió un éxtasis tal que rompió a llorar, y decidió salir para ver atardecer y sí, ahí estaba, el chivato del pueblo, que apoyado en su verja lo miraba. Eulogio, con los ojos húmedos, se acercó a él, pensó que algo sabía. Al aproximarse, el chivato creyó ver en sus lágrimas la reacción al tremendo atentado que había sucedido esa tarde en Nueva York, y le susurró comprensivo — las torres gemelas, y Eulogio, sorprendido, alarmado, miró al rededor sin ver a nadie, y le golpeó sin más en la nuez, lo volcó hacia dentro del jardín y lo arrastró hasta el interior de la casona, ofreciéndolo de postre a los cerdos. Hacía años que no veía la tele.

 Toni Díaz 

 

 

  

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