Un 11S cualquiera.



Era jueves por la mañana, lo recuerdo con claridad, no tendría por qué, porque a priori, era un jueves más. Pero ese jueves de fin de verano lo recuerdo.
Elegía naranjas en un puesto de frutas, era temprano y el calor se resistía a irse. La gente iba y venía, como suele pasar en un mercado, carros, mujeres y hombres cargados con bolsas, saludos, comentarios sobre la salud, los nietos y vecinos.

Un jueves normal, tranquilo, sin más; pero un escalofrío recorrió mi espalda, como el sudor frío golpeado por una ráfaga de aire. Miré tras de mí, como buscando a la parca golpeándome con el dedo en el hombro, asustado, temeroso, y sólo vi a una amable señora que me sonreía y esperaba su vez.

Pesé mis naranjas, pagué y recogí mis vueltas, me despedí y salí de la marabunta.

Tal vez esa fría sensación provenía de un recuerdo de un mal sueño.
En la mano un trozo de papel, yo, ofuscado, intentaba descifrar mi propia letra, ¿ponía cebollas, claraboyas, ampollas? caminaba entre el gentío, despreocupado, otra vez ese extraño escalofrío. Miré de nuevo detrás mío. Todo normal. Gente preocupada en sus quehaceres, a lo suyo. Como cualquier jueves de mercado.

En mi deambular, casi tropiezo con un carrito con una niñita, que portaba un peluche, le sonreí y le saqué amistosamente la lengua, ora sorprendida, ora sonriente. Siempre me han producido ternura esos pequeños monstruos impredecibles que son los niños.

Ahora era el momento de comprar un pelador de patatas, ese gran invento rebana-dedos que tanto me fascinaba. Hablando con Hector, el hijo del dependiente, que me mostraba el nuevo modelo mejorado, me lo pasaba para que comprobara su robustez; sentí un pequeño pinchazo en la parte alta del pecho y una gota de sudor recorrer mi sien.


-"Dame uno, me has convencido" - le dije casi sin aire.

- "¿Cuantos tienes ya? Debes de tener más modelos que nosotros". - me respondía mientras agarraba el billete.


De pronto se oyó a lo lejos un ruido sordo, un coche chocar contra una pared, gritos de multitud, mientras yo caía al suelo, alejado y solo, con mi mano en el pecho y la mirada perdida.



Ese 11 de Septiembre de 2001, un accidente de tráfico provocó dos muertos, yo no llegué a enterarme, pues yacía en el asfalto inerte, por un infarto merecido.

Tiago.

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