Ojos de color cereza


—Al cuarentón de boca y nariz hundidas en su cara, sí, al del pelo graso pegado en la frente, al de los ojos de color cereza, sí, a ese.

—¿Traigo entonces a ese?

—¿Quién es dios, tú o yo?,  joder, tráelo.

—Pero no da el perfil, y si no lo hace bien, si se atora y no entiende, volveremos a la casilla de partida, otra vez, llevamos miles de años así.

—Joder, tú tráelo, tenemos todo el tiempo del mundo.

El ángel de la guarda descolgó el teléfono, marcó el número del seboso elegido por dios y lo llamó.

El teléfono móvil de Paco suena con un tono que no es el que él configuró, se extraña, pero sí es su móvil, se cerciora, lo saca del bolsillo y aunque duda, al final coge la llamada y desconfiado dice un contundente ¿¡diga!? —¿Sabe usted qué es lo que quiero?— pregunta con voz folclórica el ángel de la guarda,
 y Paco dudado tres segundos contesta—¿la tarjeta del hormiguero? —y cae fulminado, Paco yace en el suelo del salón de un pequeño piso de Carabanchel sur, en un edificio marrón de seis plantas que da a un descampado que linda con la M-30 donde zumban los coches. Paco incorpóreo abre los ojos y en la nada ve a un haz de luz al lado de un ángel arquetípico.

—No te asustes Paco, soy el ángel de la guarda y este es dios, estás en el cielo, por ahora estás muerto, pero puedes volver a tu vida si haces caso a lo que se te dice, hemos utilizado la argucia de la llamada del programa de televisión que más te gusta para crear en ti un estado de esperanza, necesario para poder transportar tu espíritu aquí, donde la nada y el todo es lo mismo. —Paco no respira, no tiene cuerpo, no se siente, escucha sin oídos, ve sin ojos, está sin ser, es como si se hubiera metido un gramo de la mejor cocaína, se zambulle sin alarma en este nuevo estado que es incomprensible para el Paco corpóreo, y ese estado gusta a dios y al ángel, que se miran cómplices.

—Paco soy dios, las cosas son de pronto, no busques razón, vive el momento, estás aquí, habla, ¡yo te lo ordeno! — Paco incorpóreo no sabe hablar de pronto, no sabe cómo articular sonido y piensa que no sabe cómo hablar, y entonces oye cómo su voz suena y escucha "no sabe cómo hablar". —Lo que pienso es mi voz, —piensa y dice Paco.

Vas muy rápido Paco, —dice dios, —ahora sin más te voy a pedir una cosa, piensa en un texto de quinientas palabras, ni más ni menos, donde aparezca un cambio en el tiempo, hazlo ya, sin más, no caigas en la duda.

Paco piensa e inventa, —Al cuarentón de boca y nariz hundidas en su cara, sí, al del pelo graso pegado en la frente, al de los ojos de color cereza, sí, a ese...
 Paco suelta a borbotones lo que su estimulado cerebro incorpóreo va pensando/diciendo, y cuando llega a las quinientas palabras despierta en su cuerpo de mierda, en su salón de mierda, en su piso de mierda de Carbanchel sur. Dios y el ángel de la guarda por fin pasan la siguiente pantalla del juego y se establecen en otro mundo donde hacerse un hueco con milagros y milongas, para tras dos mil años hacer el reto de las quinientas palabras de sopetón. Les quedan dos pantallas más y ganarán el premio gordo del Olimpo.



Toni

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