El cuello de la mujer desnuda

—Es un antes y un después: primero, la biología molecular ha demostrado que la vida está diseñada por un creador, la evolución no parte de cero, alguien puso una primera materia que reaccionara, como un hidrogel que se expande en contacto con el agua; segundo, la arqueología extraterrestre ha demostrado que construcciones de hace miles de años contienen materiales de planetas exogalácticos, que alguien trajo a propósito; tercero, y lo más importante, sólo cuando en la sociedad las religiones se han amortizado, la ciencia descubre que dios existe, no como consecuencia de una necesidad de encajar la realidad desconocida, sino como causa de conocer la realidad.

Layeni, doctora en biología molecular, hablaba con firmeza y confianza, y su seguridad y el respaldo científico con el que iba sentando verdades irrefutables, obnubilaba al público; ¿a todo el público?, no, el ujier Paco cejeaba incómodo y hacía mohínes porque no soportaba la suficiencia de esta mujer, y en general de las mujeres. Misántropo, caricaturesco con su bigotillo de fieltro, el ujier Paco odiaba a las mujeres, a todas las mujeres, ya que lo habían hecho insignificante, y su relación con ellas siempre había sido de sádica a humillado, así lo entendía él.

—Es un antes y un después, decíamos: antes, las religiones abrahámicas hablaban del principio del mundo, de Adán y Eva, del diluvio universal, de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob; ahora la ciencia ha demostrado que no eran leyendas, que sucedió, que lo que fue un discurso negacionista desde el siglo XVII, que desbrozaba con la lógica lo ilógico, ha acabado demostrado, y ese inicio pueril de la existencia del creador, se ha convertido en más que un axioma, en hechos fehacientes y científicamente demostrables.

Layeni avanzaba en su discurso e incluso fue mostrando objetos venidos de yacimientos marcianos, que conectaba la visión de lo conocido con la ligereza de la voluntad de un creador ocioso. El ujier Paco rabiaba, esta mujer con su discurso vehemente lo humillaba, lo convertía en alguien miserable... ¿Por qué las mujeres hacen tanto daño, son tan malas?, se reconcomía con este pensamiento.

—Es un antes y un después, aquí les dejo para que sean observados, todas las piezas de mecanismos extraterrestres que son del propio creador, herramientas de sus juegos; está por ver, es cierto, si sigue encima nuestra o nos ha abandonado.

Layeni, accionó un botón y una pesada puerta se abrió, dando acceso a una sala con cientos de aparatos, venidos de excavaciones marcianas y usadas a todas luces por un creador corpóreo aunque amorfo. Los asistentes merodearon por entre las piezas ojiplátcos. 

En media hora la sala se vació y Paco el ujier quedó para ordenarla y cerrar. Ahí andaba Paco levantando los asientos de las butacas y al acabar se adentró en la sala de aparatos divinos. ¡Oh, cuánto odiaba a las mujeres y a la maldita octava ola del feminismo!, lo hacían pequeño, insignificante, un insecto. Con ese runrún andaba su agrio cerebro cuando al pasar al lado de lo que parecía un simple palo, este vibró y Paco lo miró desconcertado. El palo vibró más fuerte y el ujier entendió el mensaje. —¿En qué te puedo ayudar? —dijo el palo. —Quiero acabar con las mujeres —contestó Paco, y sin más un centrifugado de luces de colores lo transportó a un jardín, habiendo a sus pies unas largas y afiladas tijeras de podar. Al final del corto seto andaba una mujer desnuda que hablaba con una serpiente. El ujier Paco cogió las tijeras, se acercó sigiloso por detrás, las abrió, colocó las hojas a ambos lado del cuello de la mujer desnuda y apretó los mangos.

Hay un antes y un después: el Planeta Tierra es una bomba verde de oxígeno, poblada por árboles de alturas kilométricas, y entre sus raíces, se desplazan diminutos y quedos mamíferos alvinos de grandes ojos negros.

Toni

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