La decisión
Había que tomar una decisión, ya no podía aplazarlo más, llevaba semanas así y la situación era insoportable.
Esa mañana se levantó decidido, lo haría hoy.
Se vistió con suma delicadeza, se puso su mejor camisa blanca, el chaleco gris, el pantalón negro y como no, el lazo al cuello, parecía un gran lord inglés.
Al salir a la calle, observo aquellos artilugios extraños y ruidosos a los que llamaban coches, apenas empezaban a verse en Londres y solo la gente más pudiente podía permitírselos. Él podía, pero todavía no se había decidido comprar uno.
Con calma se dirigió ido a la dirección indicada, era una casona muy particular, con grandes ventanales. Allí lo recibió una señorita, que amablemente lo codujo por un largo pasillo hasta una sala que parecía una biblioteca. Se sentó en aquella incomoda silla y mirando a su alrededor encendió su pipa, dejo que sus pensamientos se diluyeran con el humo. En este momento, casi no sentía dolor, había sido muy estúpido tendría que haber aguantado más.
Ahora sentía que el invierno llegaba a su vida, el reloj avanzaba sin piedad y el esperaba que pasara el dolor, ese dolor agrio y persistente que tanto le molestaba.
De pronto entro un hombre con levita de lana en la habitación y le indico le siguiera.
Camino tras el sin rechistar, casi respirar. Llegaron a un habitáculo en la otra punta de la casa, la decoración era escueta, una silla de madera alta, en la cual le pidió que se sentara, enfrente estaba situado un gran espejo y al lado de la silla, una mesa tapada con una sábana, al verla le corrió un escalofrió por la espalda.
Era su primera vez allí, estaba nervioso, pero como caballero que era, jamás lo demostraría, él había hecho cosas más difíciles y peligrosas, como dice el dicho "quien del monte no tiene miedo, enfrenta cualquier suelo" y hoy no se amedrantaría.
Abrió la boca despacio, el hombre de la levita se acercó con el entrecejo fruncido y asintió, de pronto apareció como por arte de magia la señorita y a las indicaciones del hombre de la levita le coloco la mascarilla cubriéndole boca, nariz, el sintió un miedo atroz, la chica abrió la llave del óxido nitroso, los efectos del gas fueron rápidos, sintió como penetraba en sus pulmones y la euforia hizo acto de presencia, pasando a un adormecimiento muy raro, el hombre de la levita le retiro rápidamente la mascarilla, cogió de la mesa unas tenazas exageradamente grandes, que hizo que le diera la risa tonta, no pudiendo parar de reír y dejando el camino despejado para que aquel dentista hiciera en su boca lo que quisiera sin que apenas opusiera resistencia, aquel maldito dentista había jugado muy bien las cartas con el gas de la risa y ahora estaba a su merced.
Esa mañana se levantó decidido, lo haría hoy.
Se vistió con suma delicadeza, se puso su mejor camisa blanca, el chaleco gris, el pantalón negro y como no, el lazo al cuello, parecía un gran lord inglés.
Al salir a la calle, observo aquellos artilugios extraños y ruidosos a los que llamaban coches, apenas empezaban a verse en Londres y solo la gente más pudiente podía permitírselos. Él podía, pero todavía no se había decidido comprar uno.
Con calma se dirigió ido a la dirección indicada, era una casona muy particular, con grandes ventanales. Allí lo recibió una señorita, que amablemente lo codujo por un largo pasillo hasta una sala que parecía una biblioteca. Se sentó en aquella incomoda silla y mirando a su alrededor encendió su pipa, dejo que sus pensamientos se diluyeran con el humo. En este momento, casi no sentía dolor, había sido muy estúpido tendría que haber aguantado más.
Ahora sentía que el invierno llegaba a su vida, el reloj avanzaba sin piedad y el esperaba que pasara el dolor, ese dolor agrio y persistente que tanto le molestaba.
De pronto entro un hombre con levita de lana en la habitación y le indico le siguiera.
Camino tras el sin rechistar, casi respirar. Llegaron a un habitáculo en la otra punta de la casa, la decoración era escueta, una silla de madera alta, en la cual le pidió que se sentara, enfrente estaba situado un gran espejo y al lado de la silla, una mesa tapada con una sábana, al verla le corrió un escalofrió por la espalda.
Era su primera vez allí, estaba nervioso, pero como caballero que era, jamás lo demostraría, él había hecho cosas más difíciles y peligrosas, como dice el dicho "quien del monte no tiene miedo, enfrenta cualquier suelo" y hoy no se amedrantaría.
Abrió la boca despacio, el hombre de la levita se acercó con el entrecejo fruncido y asintió, de pronto apareció como por arte de magia la señorita y a las indicaciones del hombre de la levita le coloco la mascarilla cubriéndole boca, nariz, el sintió un miedo atroz, la chica abrió la llave del óxido nitroso, los efectos del gas fueron rápidos, sintió como penetraba en sus pulmones y la euforia hizo acto de presencia, pasando a un adormecimiento muy raro, el hombre de la levita le retiro rápidamente la mascarilla, cogió de la mesa unas tenazas exageradamente grandes, que hizo que le diera la risa tonta, no pudiendo parar de reír y dejando el camino despejado para que aquel dentista hiciera en su boca lo que quisiera sin que apenas opusiera resistencia, aquel maldito dentista había jugado muy bien las cartas con el gas de la risa y ahora estaba a su merced.
Angeles Fernández
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