OCULI VIRUM VIDENT (Los ojos ven a un hombre)
Está entrando el invierno. Hace días que prefiere la ventana cerrada para evitar el aire frío, aunque sea una renuncia a la compañía del canto de los pájaros, ese delicioso recordatorio de estar vivo, de seguir en el mundo y percibir lo bello. No ha perdido la capacidad, a pesar de los años de convivencia… Su aspecto es joven, todavía. Ese eterno "todavía", que le hace olvidarse y a la vez ser consciente del tiempo. Olvidarse del estúpido tiempo mundano, al que su cuerpo parece burlar con facilidad, y tomar consciencia del verdadero tiempo, el eterno tiempo de la sucesión simultanea. ¿Paradoja? La misma paradoja que la del humo que se escapa de la pipa y queda atrapado en las cortinas. Quiere libertad y se solidifica en partículas que una simple tela impide avanzar. El reloj es el humo. Su cuerpo la tela. Hermoso, joven. Atrapado. Mostraría su dolor, si pudiera, si su rostro no estuviera condenado a lucir afabilidad y serenidad.
El sonido de nudillos golpeando la puerta de su despacho. Su agradable voz permite la entrada. El hombre entra con cierto miedo, como adivinando que no es su lugar, que invade un espacio que sus células no tienen permiso para ocupar.
__¿Sabemos algo del guardián?
__Sigue en el monte, señor.
Suspira, cierra los ojos, toma un poco de ese tiempo ajeno. Mira la figura del hombre que tiene delante, estrujando la gorra nervioso delante del pecho, la mirada ansiosa viajando entre el suelo y los libros de las estanterías.
__Mírame.
El hombre obedece. Él le sonríe con suavidad.
__¿Está preparándose para bajar?
__Eso parece.
__Cuando lo haga, quiero saber dónde se aloja.
__Sí, señor -baja la mirada de nuevo.
__Mírame. ¿Por qué tienes miedo?
__Usted es señor, yo siervo.
__No soy un señor violento. ¿Te han dicho lo contrario?
__No, señor.
__¿Entonces, de dónde viene tu miedo?
__De anteriores señores y… de no saber nada de usted.
__¿De no saber? ¿O de saber algo?
El hombre no contesta y baja la mirada.
__Entiendo. Soy un hombre como otro cualquiera, ¿no es lo que ven tus ojos?
__Sí, señor.
__Mírame. ¿Es lo que ven tus ojos?
__Sí, señor.
__Entonces, es lo que soy. No debes temer de las palabras que hayas podido oír, y sí fiarte de tus ojos.
__Sí, señor.
__Ahora dime: ¿Tras la lluvia, qué hizo el guardián?
__Acarició un árbol.
Enarca las cejas. Deja la pipa sobre el cenicero. Es evidente que piensa en algo, piensa sin que nadie pueda saber en qué, ni si le gusta o le disgusta lo que piensa. Suspira.
__Gracias. La próxima vez entra sin la gorra.
__Sí, señor.
__Toma -dice mientras escribe una nota sobre su escritorio con una hermosa pluma plateada. -Llévale este mensaje al dentista que hay dos calles más abajo. Él sabrá entenderlo.
__Sí, señor -mirando, sin poder evitarlo, los caracteres escritos en un extraño idioma sobre el papel que le entrega.
__Puedes irte. Recuerda decirme dónde se aloja el guardián cuando baje a la ciudad.
__Sí, señor.
El hombre sale del despacho. Él contempla el humo, la ventana, su desayuno enfriándose sobre el escritorio. Piensa. Sólo él sabe en qué.
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