Un pequeño sabio
Un pequeño sabio
De muy buen porte y buena posición,
tranquilo, recostado en su sillón
y con estilo su pipa fumaba,
más esa tranquilidad se esfumaba
al ver a su hijo entrar enrabietado
que pataleando había llegado.
-Papá, que yo no quiero ir al dentista,
pero mamá se empeña la muy lista
en que vaya. ¡Papá, mira, por favor,
aunque ella me diga que no hay dolor
el estúpido doctor no me gusta,
es feo, tosco, este hombre me asusta.
El padre sonriendo con entereza
movió ligeramente la cabeza
tomando a su hijo pequeño en los brazos
dándole un montón de dulces abrazos,
tranquilizó al niño y despacio, dijo:
-Vamos a ver; tu no te asustes hijo.
que este doctor no te hará ningún daño
si te portas bien, al final del año
iremos la familia de excursión
al monte, que tu mayor ilusión
es jugar con la nieve del invierno
así que el dentista no es el infierno.
El niño mucho más apaciguado
miró su reloj de cuarzo dorado
y dijo:- Papá, ya me has convencido,
haré caso a mamá y lo convenido
que ella ha decidido por ser mejor,
me portaré bien, igual que un mayor
con tal de ir al menos una semana
a aquella cabaña que en la mañana
veíamos ese amanecer
de bonitos colores florecer,
los pájaros cantando ahí en su nido,
ver esos poyuelos que ya han nacido
es algo para mi maravilloso,
mira, te doy el abrazo de oso
porque tu eres un padre formidable
y sabes bien echarme ese buen cable
que cuando me asusto lo necesito.
Adiós papá, ya no te visito
ningún día más con esta rabieta,
te confieso que era solo treta
para volver de nuevo a ese lugar
donde el año pasado fui a jugar.
Mari Carmen Olmos
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