A Segovia, los humanos creídos, llegaron por el camino marcado por los animales. En la terraza, la jirafa tranquila miraba obnubilada la galaxia del agua reflejada en el alto toldo rojo. La rana quería ir, quería bajar y hablar con los humanos, y saltaba para verlos entre los barrotes de la barandilla, pero su esposa jirafa le advertía. Los humanos, abajo, picaban el asfalto con el martillo neumático que a cada uno le dieron al nacer, para romper el rompecabezas fruto del sortilegio primigenio, que encapsulaba en dados todas las imágenes. — Todo es tan sencillo cuando va bien — decía suspirando la jirafa melancólica, metiendo una uña en la piscina de un palmo, sin quitar la vista al reflejo del agua. — Pero es que no va bien — se quejaba la rana saltando para ver entre los barrotes, —mientras no sepan lo que hacen no está bien. — Déjalos, rana ilusa, ¿ves las imágenes liberadas como suben y vuelven a formar el mundo real?, ellos no saben lo que hacen, o creen que hacen o...