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Hello, My Giraffe! (Una fábula)

Érase una vez un canto, fluido y luminoso, que salía de una caja de cartón. Yomo, el hipopótamo que representaba a ciertos artistas, la había dejado frente a Fulón, el orangután que administraba el circo. —¿Qué es eso? ¿Una caja de música? —preguntó Fulón con brusquedad, echando el humo de su apestoso puro. —No, no. Es un cantante famoso —respondió Yomo, dando dos palmadas sobre la tapa. El canto cesó al instante. —No me digas… —gruñó Fulón, incrédulo—. A ver, quiero verlo. Cuando levantó la tapa, la rana Michigan J. Frog se soltó a cantar: —Hello my baby, hello my honey, hello my ragtime gal… Fulón arqueó las cejas. No podía creer que esa bella voz saliera de aquella tortuosa boca verde, tan amplia y rugosa como una gruta. Se rascó la cabeza; un piojo le molestaba. Lo pescó de una pata y se lo tragó. —Mmh… mmh —murmuró—. Esa canción me suena muy… anticuada. Además, ¿cuánto mide esta mierda verde? ¿Quince por quince? ¡Bah! Yomo, ¿has visto cómo es nuestro espectáculo? Tres pistas. ¡Nec...

La rana y la ardilla

Estaba una rana muy tranquilamente saltando en un charco cerca de la encina y llegó la ardilla impertinentemente diciéndole: "tú vete de aquí vecina, antes el agua estaba muy cristalina aquí bajo yo cada día a beber, debes ir a bañarte por otra esquina lo más lejos de mi, eso has de saber". La rana bufó y se cambió de color rojo se le puso el cuerpo y estiró las patas dando un gran salto con valor por encima de la ardilla se tiró, y agarrándole las orejas miró para ver su cara llena de estupor, la ardilla su cuerpo de rabia giró pero aquella rana no soltó al roedor. "Te creíste jirafa" dijo la rana: -tampoco mediste bien todas mis fuerzas si te vas a Segovia me iré con gana en tu lomo siendo tu rompecabezas-. Moraleja: No discutas las destrezas ni te pongas prepotente y engalana porque existen aún algunas cabezas manteniendo educación bastante sana. Mari Carmen Olmos

No apto para pacatos

En un remoto pueblo De la vieja Castilla No hace mucho tiempo Una pareja vivía Sapo Verde era él Ella, Jirafa altiva En las fuentes o en el prado Tarde, noche y día Cada uno por su lado Como ostra se aburría Si el tedio consumía A la hembra ardiente A la fresca charca iba Soñando ver en Sapo Un macho complaciente. Ufano hinchaba el pecho. De tal manera creía Que a sus pies caería. Rendida, sí cayó, No de sexo, no Rendida… de aburrimiento. De cazar moscas una a una El lerdo Sapo se ocupaba Y en la ansiada coyunda Nunca nada reparaba. Si él sintiera gana En calma, noche oscura Arisca ella exclama: -"No lo intentes Rana; No estás a la altura"- Siendo ése el panorama Dejaban con galbana La dulce obligación… Craso fue su error Dejar para mañana Lo que puedas hacer hoy. Que ya dice el refrán: "calva pintan la ocasión" No acaba aquí la historia. Muchos querrán saber Cómo en los jardines de Segovia Pudieron uno y otro Tal binomio aparecer Sepan vuesas mercedes...

Una rana en el jardín de la princesa

Nadie conseguía ver a la pequeña rana. "Es demasiado pequeña", decía la jirafa mirando a todas partes y a punto de pisarla. "Si fuera roja sería más fácil verla", decía el cuervo relamiéndose. "¿Para qué la queréis?", volvió a preguntar por enésima vez la jirafa. "La busca la princesa", respondió lacónico y despectivo el niño. No quedaba claro si despreciaba a la rana o a la princesa. Quizá a las dos. Se limpió los mocos con la mano derecha, se rascó una herida en la cabeza con la izquierda y miró al gato. "No la he visto". Pero, por algún motivo nadie se fiaba completamente del gato. Todos le observaron durante un buen rato. Ningún gesto delató que mintiera, ni tampoco corroboró que dijese la verdad. El escarabajo observó que no era habitual que hubiese ranas en aquel jardín, así que debería llamar la atención. El niño dijo: "Tampoco es habitual ver jirafas", con desprecio. No se supo si hacia el escarabajo o hacia la jirafa....

La rana y la jirafa

A Segovia, los humanos creídos, llegaron por el camino marcado por los animales. En la terraza, la jirafa tranquila miraba obnubilada la galaxia del agua reflejada en el alto toldo rojo. La rana quería ir, quería bajar y hablar con los humanos, y saltaba para verlos entre los barrotes de la barandilla, pero su esposa jirafa le advertía. Los humanos, abajo,  picaban el asfalto con el martillo neumático que a cada uno le dieron al nacer, para romper el rompecabezas fruto del sortilegio primigenio, que encapsulaba en dados todas las imágenes. — Todo es tan sencillo cuando va bien — decía suspirando la jirafa melancólica, metiendo una uña en la piscina de un palmo, sin quitar la vista al reflejo del agua. — Pero es que no va bien — se quejaba la rana saltando para ver entre los barrotes, —mientras no sepan lo que hacen no está bien.   — Déjalos, rana ilusa, ¿ves las imágenes liberadas como suben y vuelven a formar el mundo real?, ellos no saben lo que hacen, o creen que hacen o...

Corazón de Tiempo

El anciano miró por la ventana cómo el sol caía detrás de las montañas. Anotó el tiempo exacto en que sus últimos rayos se fundieron en la penumbra.   Le gustaba hacer eso, sentado en su arcaica silla, que era más vieja que él. —Cada cosa tiene su tiempo, Homero —le dijo a su regordete Hámster, que masticaba una nuez. Se detuvo y le miró con ojos curiosos. —No sabes cómo el tiempo se ha guardado en sus átomos. Cada elemento vibra. ¿Crees tú que las cosas se descomponen nada más por desgaste? Homero se miró las garras. Sacó la lengua y encogió los hombros. —Lo que se muere en la materia, en nuestras células, es el tiempo. Es como un espíritu, ¿sabes? El pequeño recargó sus cuartos traseros sobre el aserrín, apoyó una pata delantera sobre la base de su rueda giratoria, bostezó y se rascó un abultado carrillo. —Estamos poseídos por el tiempo. Nuestro corazón late al ritmo de su Tic, Tac. Hay cosas donde el tiempo se siente mejor, como el escritorio. Tiene 230 años, o...

Li y Kai

LI y KAI Andando distraídos ninguno de los dos pensó que la tontería de un choque en una esquina traería el amor para ambos. - ¡Oh, Li!, mira por donde andas, me acabas de echar el café encima de mi corbata preferida. - Lo siento, iba mirando el móvil y no te he visto. - Pues es raro que no me veas con esos ojos tan hermosos que tienes. - Lo raro es que me hayas visto tú con los tuyos, que no sé donde tienen el iris. Solo una rayita en cada lado de la cara. Seguro que eres asiático. - Pues sí Li y tú? ¿De qué parte de España eres? ¿Porque eres española no? - Andaluza, ¿no se me nota? ¿Y por qué me llamas Li? - Los nombres son una parte fundamental de la identidad de una persona, sobre todo en Asia. ¿Sabes que significa Li en mi país? - No, dímelo tú. - Belleza. - ¡Olé, esa gracia salerosa de ojitos rasgados! Gracias por el piropo y ahora me dirás que tu nombre es Yokitotucaca. - Jajaja, no, me llamo Kai, que significa "triunfar". ¿Y cómo te llamas tú si puede saberse? - Carme...

Yo

Hace unos meses, en una reunión de amigos, estábamos charlando sobre aquellas locuras que hacíamos cuando éramos jóvenes. Entre risas y buenos recuerdos, el tema fue derivando hacia preguntas un poco más difíciles o quizás más trascendentales. A alguien se le ocurrió preguntar qué pensábamos que sería lo más duro que nos podría pasar en esta vida. Se hizo un silencio que se podía cortar con un cuchillo. Yo me quedé pensativo. Tímidamente, fueron respondiendo: uno dijo que quedarse en la calle sin nada, otro perder la salud, otro perder a la familia… y otras cosas que ahora me parecen ridículas. Estábamos muy equivocados. Hay cosas más duras. O quizás, lo más duro es aquello que ves venir y no puedes detener, que no tiene solución posible. Esa impotencia de querer y no poder… eso es lo peor. Ahora estoy viviendo uno de esos momentos. Un momento duro, a nivel personal y físico, pues vivo sin vivir, como sin comer, respiro sin respirar... veo sin mirar y escucho sin oír. Esto que cuen...

Campana rota

El paquete parecía una caja de zapatos cuadrada. Venía atado con un delgado cordel rojo, pero no pensó en su simbología hasta pasado un rato. Era un día caluroso de agosto. Akiko tuvo que detenerse en el parque Inokashira bajo un frondoso cerezo para protegerse del sol, descansar de la caminata hasta la Yūbin-kyoku, la oficina de correos. Pero también se detuvo por la curiosidad. No esperaba ningún paquete esos días. No llevaba remitente y la dirección estaba escrita en rōmaji, en letras occidentales, con una parte emborronada por haberse mojado. Estaba a su nombre y el número y la ciudad eran legibles: Akiko Yamada 1-14-8 Asahi-cho Se habían completado el distrito y el código con un sello de correos en escritura kanji: Mitaki-shi, Tokyo-to 181-0013 Podía ser un error, pues su nombre era bastante común y el empleado de correos podía haber equivocado el distrito. Esto le producía incluso más curiosidad. Con la excusa del calor, se sentó en el banco bajo el cerezo y abrió el paquete a su...