Otros se llevaron el Gordo
Fue Benito, el panadero, el que lo contó aquella tarde en la taberna. Lo había visto camino de la estación al rayar el alba. Llevaba el cuello del abrigo levantado; una mano en el bolsillo y en la otra una maleta color canela con herrajes de cuero marrón. Pronto hará sesenta años. Aquel joven imberbe de entonces es hoy el viejo de iris pálido y dedos temblorosos que, arrumbado en una butaca raída, sigue soñando con el premio. Ha olvidado los detalles de su vida: el día de su boda, el nombre de sus muertos, los abrazos dados, pero en sus oídos aún resuena el chapoteo de los pasos aquel frío amanecer. Tampoco ha podido olvidar el perfume en la piel de aquella diosa. Tras la sonrisa guarda celoso un secreto. No le ha dicho a nadie que antes de morir cumplirá la promesa que le hizo. Fue ayer. Había llegado al pueblo a principios de noviembre. Encontró las calles cubiertas por un velo de fina nieve. Al abrir la puerta de la fonda el tintineo de la campanilla rompió el silencio. Como una v