La ofrenda

En mi mente se reproducía ese momento una y otra vez.

Mi llegada a la casona, cuando vi el cadáver y las letras escritas en sangre en la pared -ya sabes lo que tienes que hacer para vivir un día más….

Cuando las vi un sudor frio me recorrió la espalda, sabía que esas palabras iban dirigidas a mí.


Había empezado otra vez y yo estaba metido hasta las trancas y no podía escapar o me costaría la vida.
Tenía que buscar a la siguiente víctima. Tenía 30 minutos o iría a por mí. 

Sabía que estaba loco, pero yo no podía pararlo, el cerco se estaba estrechando, pero todavía no sabía quién era, sin embargo, él lo sabía todo de mí.
Tenía que ser la primera persona o animal que me cruzará después de ver la última víctima, así me dejaría en paz por un tiempo. 

Que mala suerte que esa mañana me llamaran de comisaría diciendo que me acercara a la casona, a revisarla que se había escuchado algo raro.

Las reglas del juego eran esas, es lo que tiene hacer pactos sin pensar en las consecuencias. Hasta ese momento había tenido suerte, las veces anteriores en su pequeña desdicha se habían cruzado conmigo un gato y dos perros, pero hoy había sido diferente. 

Estaba fuera mi compañera de Guardia, no podía salir sería la primera que viera, tendría que entregarla, iba como loco, buscando por toda la casona, un gato, un perro o incluso una rata, pero no había nada, mi compañera me llamaba por el walkie preguntándome si entraba, le dije que esperará que no había novedad. 

Yo lo sentía, sabía que estaba allí esperando su ofrenda como carroñero que era, cruel, sádico, los peores calificativos que se puedan imaginar se le podían poner a él.

 
Y yo tenía que elegir, que acabará conmigo y mi vida llegará a su fin o llamar a mi compañera y salvarme yo.

Ángeles Fernández