El telegrafista
El telegrafista fue el primero en morir. Apache Joe sabía lo que hacía cuando aquella noche eligió a sus víctimas. Ese hombre no le había hecho ningún daño, en realidad, pero tenía en sus manos la única forma de alertar del peligro y pedir refuerzos a los militares, y eso él no lo podía consentir. De manera que se acercó muy despacio y en absoluto silencio —a la manera que le habían enseñado en las montañas—, localizó a oscuras la oficina del telégrafo, se coló por una de las ventanas de la pared sur y lo buscó en el dormitorio, desde donde le llegaban espantosos ronquidos. No llegó a saber su nombre. Habría podido leerlo en el cartel que adornaba la puerta o en el membrete de las cartas oficiales en su despacho, pero eso lo habría convertido en una venganza personal y no lo era. Esto se trataba solo de una muerte necesaria. Los sentimientos los había estado reservando Apache Joe para unas personas en concreto, que habrían de ser las últimas en abandonar este mundo. Por ello, el asesi