El secreto de la longevidad
Creo que me la he pasado durmiendo demasiado. ¿Cuánto llevo así? Perdí la cuenta. Como tan poco que me estoy quedando en los huesos. El sol es apenas un agujero en el cielo y pasa, como un muro de polvo, a través de la cortina. Todo es gris desde que perdí a mi familia, y el tiempo parece detenido. Afuera oigo pájaros. Niños juegan y dan pelotazos en la pared. Ríen. ¡Cómo ríen! Como si no hubiera mañana. ¿Es que lo hay? Me asomo por la ventana. Hay un niño en la entrada, cerca del porche. Viste de negro. Tiene el pelo lacio, la piel pálida, y manchas púrpuras rodean sus ojos de obsidiana. Sube la escalinata y toca con su diminuto puño. Es un toque peculiar, casi ritual. Lo distingo. Creo que ha estado tocando así por semanas o quizás meses. Me acerco y abro. El niño mapache levanta el rostro, sorprendido. Trae un papel en la mano izquierda, algo arrugado y húmedo.
—¿Puedo pasar? —me dice con una voz delgada y vibrante, como la de un insecto. Mi casa está hecha un desastre y huele a mu...