Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2025

Muertes por sorpresa

El día once de septiembre de 2001, todavía hacía mucha calor, dentro de mi casa y fuera. Salí muy temprano y fui a casa de mi padre, como hacía habitualmente, con mi hija pequeña. Yo estaba en trámites de separación y mi aún marido se levantaba tarde y es que todavía vivíamos juntos. Si es que a “aquello” se le podía llamar vivir, yo no tenía gana alguna de verle la cara y supongo que a él le pasaba lo mismo. Por eso bien pronto emigraba de una casa a otra. Al mediodía comimos y empecé a recoger la mesa y la cocina, mi padre y yo hablábamos con la cría y como siempre teníamos la televisión de fondo, como acompañamiento, si algo nos interesaba pues prestábamos más atención. Recuerdo perfectamente que Matías Prats estaba con el telediario de las tres. Cuando nos percatamos de la noticia nos quedamos sin palabras, más bien estupefactos. Aquello era demasiado fuerte, había caído una torre gemela en Estados Unidos , decía: pero no solo e...

Un 11S cualquiera.

Era jueves por la mañana, lo recuerdo con claridad, no tendría por qué, porque a priori, era un jueves más. Pero ese jueves de fin de verano lo recuerdo. Elegía naranjas en un puesto de frutas, era temprano y el calor se resistía a irse. La gente iba y venía, como suele pasar en un mercado, carros, mujeres y hombres cargados con bolsas, saludos, comentarios sobre la salud, los nietos y vecinos. Un jueves normal, tranquilo, sin más; pero un escalofrío recorrió mi espalda, como el sudor frío golpeado por una ráfaga de aire. Miré tras de mí, como buscando a la parca golpeándome con el dedo en el hombro, asustado, temeroso, y sólo vi a una amable señora que me sonreía y esperaba su vez. Pesé mis naranjas, pagué y recogí mis vueltas, me despedí y salí de la marabunta. Tal vez esa fría sensación provenía de un recuerdo de un mal sueño. En la mano un trozo de papel, yo, ofuscado, intentaba descifrar mi propia letra, ¿ponía cebollas, claraboyas, ampollas? caminaba entre el gentío, despreocup...

Veristas Crepit

VERITAS CREPIT 11 de Septiembre de 2001 8:46 a.m., Nueva York Un avión impacta contra la Torre Norte del World Trade Center. 14:46 Betanzos (La Coruña) Tres muchachas esperan un autobús interurbano en Betanzos con dirección a La Coruña, para pasar la tarde haciendo turismo en la ciudad y sus playas. Acaban de conocerse a través de una cuarta persona, que dirige una academia de idiomas. __Entonces, Verónica, ¿tú no vives en Galicia? __No, yo vivo en Madrid, en un pueblo que se llama Galapagar. Sólo he venido esta semana a visitar a mi prima. __¿Ella también es de Madrid? __No, no. Ella nació en Barcelona. Nuestros padres son hermanos y ellos son los gallegos. Son de Lugo. Mi prima se vino a vivir aquí hace sólo unos años y montó la academia de idiomas. __¿Cómo has dicho que se llama tu pueblo? ¿Galápagos? __¡No! Galapagar. Suena parecido, ¡pero no hay tortugas! -se ríen las tres. 14:46 Galapagar, Madrid Severo Clares Durán, de quince años, contempla el cuerpo inmóvil de su amigo s...

Muert@

¡MUERT@! Cuando la vi, no pude más que gritar, era superior a mis fuerzas. Me volví loca: golpeaba, gritaba, y golpeaba otra vez. Así seguí hasta que quedé exhausta. El día ya había empezado mal, con aquel maldito zumbido que me despertó de madrugada, y eso era un mal presagio. Siempre he tenido un sexto sentido; la vida así me lo ha demostrado. Mi madre decía que era una pequeña brujita… Ese día amaneció gris, igual que yo: un gris depresivo, anodino, sin alma. Miré por la ventana, sin ganas de comenzar el día. En mi mano, mi taza de café humeante empañaba mis gafas. Y el puñetero mosquito que no me había dejado dormir, se posó en ella. Sin pensarlo, con la otra mano me fui aproximando lentamente hasta que lo tuve a tiro… y ¡muerto! Lo aplasté con un fuerte manotazo, saliendo volando la taza y cayéndome el café encima. ¡Me abrasaba! gritaba y maldecía mi mala suerte, a la vez que me quemaba. En ese preciso momento sonó mi móvil. ¿Quién puñeta sería? ¡Mi madre! —Ven a casa, hija, ...

once • cero nueve • dos mil uno

La voz del locutor cortó como una navaja la música matutina. —Interrumpimos la programación...— El tono bastó para que mi esposa subiera el volumen de inmediato. En el asiento del copiloto, mi hermana dejó de revisar sus documentos. Yo, desde atrás, miraba hacia el dial de la estación. —Un avión acaba de estrellarse contra una de las Torres Gemelas en Nueva York —anunció, con esa solemnidad que se reserva para las malas noticias. El mundo pareció detenerse, pero no el tráfico. Unos metros adelante, un Tsuru azul frenó bruscamente ante un semáforo. Su conductor bajó del vehículo como sonámbulo, con el teléfono celular pegado al oído. No vio venir al Pointer, cuyo conductor, absorto por la noticia, no frenó a tiempo. El golpe seco resonó por encima del claxon y los gritos. El hombre quedó en el suelo, inmóvil, con el Nokia aún en la mano. —Vámonos de aquí —murmuró mi esposa, desviándose hacia Reforma. El tráfico se espesaba como jarabe agrio. En radios y teléfonos se repetía la misma pr...