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Mostrando entradas de noviembre, 2024

Cucurucho sin premio

Mamá entra en la cocina. Estoy preparando su truita de patata. Como me mira, me doblega. Hay en sus ojos un flujo gris, algo que siempre horada mi ánimo. Oh, Dios, lo había olvidado. Ella trae en su mano ese papel como si fuera un viejo cucurucho, todo estropeado. Apenas si se ve el número. «Vamos ya, que se hace tarde y hay que cobrar el premio», me dice, un poco agitada. Ya está vestida para salir a la calle, con sus zapatos lustrados, su vestido de seda negra y ese viejo jersey gris tan fino y cuidado… y, bueno, su sombrero de gran dama. Ella se aferra a sus ayeres, a ese tiempo esponjoso, dúctil e inofensivo, que su cerebro le ha conformado. ¡Uf, se está quemando la truita ! ¿Cómo pude olvidarlo? No la truita , sino su antediluviano billete.   Es hoy, el día en que papá murió hace veinte años, justo cuando iba a cobrar el reintegro del billete. Los cables le cayeron encima… él… tembló, se agitó y después se fue de nuestro universo. El billete estaba en su mano izquie...

Otros se llevaron el Gordo

Fue Benito, el panadero, el que lo contó aquella tarde en la taberna. Lo había visto camino de la estación al rayar el alba. Llevaba el cuello del abrigo levantado; una mano en el bolsillo y en la otra una maleta color canela con herrajes de cuero marrón. Pronto hará sesenta años. Aquel joven imberbe de entonces es hoy el viejo de iris pálido y dedos temblorosos que, arrumbado en una butaca raída, sigue soñando con el premio. Ha olvidado los detalles de su vida: el día de su boda, el nombre de sus muertos, los abrazos dados, pero en sus oídos aún resuena el chapoteo de los pasos aquel frío amanecer. Tampoco ha podido olvidar el perfume en la piel de aquella diosa. Tras la sonrisa guarda celoso un secreto. No le ha dicho a nadie que antes de morir cumplirá la promesa que le hizo. Fue ayer. Había llegado al pueblo a principios de noviembre. Encontró las calles cubiertas por un velo de fina nieve. Al abrir la puerta de la fonda el tintineo de la campanilla rompió el silencio. Como una v...

Desayuno buffet

La miro mientras desayuna un plato de lacón y queso tetilla con pan de maíz. Espero que no vuelva a sacar el tema, porque lo hemos hablado un montón de veces, y he repetido hasta cansarme que me da igual si el boleto está premiado o no, o seguramente caducado, que la traía y ya está. Y aquí estamos, así que no puede quejarse más. Nos sirve para que salga de casa, se despeje, demos un paseo, como quien dice…Un paseo de ochocientos cincuenta kilómetros, pero bueno… La he traído y punto. Espero que hoy no me salga con la cantinela otra vez: <<Que tú no quieres que lo cobre porque crees que me lo gastaré en tonterías. ¿Y en qué crees que piensa tu madre? ¡Pues, en darte a ti una parte! Y otra para la protectora de animales. Que yo para qué lo quiero ya, si me quedan cuatro telediarios.>> Lleva diciendo lo de los telediarios, ni sé los años. ¡Me pone enferma! La lotería le ha tocado con este viaje, me parece a mí. Que ayer se pidió para comer vieiras, y se quedó tan ancha. ¡Viei...

El décimo

-Dime abuela, ¿qué pasa? ¿Por qué me has llamado a estas horas y con tanta urgencia? -Vamos al coche Paula, que tengo que hacer algo muy importante y no quiero que nadie se entere. Estaba amaneciendo, la luz dorada precedía a la luminosidad total que anunciaba el nuevo día. Subieron al coche, Paula respiro resignada. Cada vez que veía a su abuela así, se le rompía el alma. Con el tiempo había descubierto que estos pequeños gestos la hacían feliz. Hoy tenía un brillo especial en sus ojos, como cuando ella era pequeña y le preparaba sorpresas de esas tan especiales, que casi siempre provocaba gritos de júbilo e innumerables besos y abrazos. ¿Que había maquinado su cabecita controlada por el Alzheimer esta vez? Los últimos meses habían sido duros; había momentos de luz, pero la enfermedad avanzaba cada día más y los periodos de penumbra se volvían cada vez más comunes. -Sal del pueblo y toma la autovía en dirección sur. Después de una hora conduciendo y de escuchar muchas historias...

La próxima parada

—Pues entonces la próxima parada es la nuestra, Pedrito. —Pedro, mamá, por favor. Ya sabes que no me gusta… —Porque, si la que hemos dejado atrás es Pontevedra, entonces la siguiente… —Síííííííííí, es Santiago, la siguiente es Santiago, mamá. No te preocupes. —Jo, se me ha hecho cortísimo, y muy cómodo en estos asientos. De verdad que esto es hacer un viaje y no como cuando vinimos tu padre y yo de luna de miel, que eso sí que fue… —Ya me sé la historia, mamá, de verdad, que la habéis contado mil veces. —… una locura total. Íbamos en el 127 del tío Emiliano, cargados de maletas (el juego de maletas que nos habían regalado mis padres, que ellos sí que eran generosos, y no como los suegros que me tocaron en suerte) y no te puedes imaginar lo que tardamos en hacer este mismo recorrido. Pero este mismito que estamos haciendo ahora. —Seis horas… Tardasteis seis horas, porque parasteis a comer con la tía Enriqueta en Marín y ella se empeñó en que os llevarais unos melindres y una botella de ...

El tren de la esperanza

El tren se mueve a la velocidad de mis pensamientos. Es la primera vez que viajo en el AVE. No pensé que se movería tanto. Tampoco sé si mi plan será efectivo y lograré salir ilesa. Tengo un diálogo interior con mi mente que no deja de atormentarme. Ella sentada a mi lado no se desprende de su bolso al que aprieta con fuerza como quien lleva un tesoro. Es su tesoro. Un billete de lotería que cree premiado y desea cobrarlo personalmente en la ciudad. Se ha cosido bolsillos interiores en los pantalones para cuando recoja el dinero poder llevarlo seguro. Quiere la mitad en billetes pequeños y la otra mitad en billetes de 500 Euros. Los pequeños para gastarlos como a ella le venga en gana y los grandes para ir contándolos todos los días porque a lo largo de su vida sólo había visto uno y no le duró mucho tiempo. Estos grandes se los dejará de herencia a sus hijos. ¡Madre mía, sus hijos! Mis hermanos no han querido participar en este descabellado viaje. Yo la veo tan feliz ...

Otredad

Cuéntame lo del soborno, mamá... ¿mamá, me oyes? — Juan se inclinó sobre la madre que estaba repantigada en el sofá del tren, y la miró a través de los espejos de las gafas de sol que ella llevaba y sus ojos cerrados se vieron desdibujados. Eso es lo que estaba pasando, él miraba a la madre mientras se desdibujaba, se iba convirtiendo en humo, en pasado. El ictus hizo mella en ella y se saldó fortaleciendo las obsesiones y enturbiando los recuerdos. Despertó. — Hola...— susurró la madre mientras miraba al rededor obnubilada. — Mamá, vamos a la ciudad, al banco, a cobrar el billete, ¿recuerdas? — , «sus despertares son imprevisibles», pensó Juan, — mamá, ¿sabes dónde estás? —. La madre le miró a los ojos confusa y le preguntó que quién era, — tu hijo—, contestó Juan.   El cobrador de billetes entró, tras llamar al compartimento, y esta otredad les unió y la madre le cogió las manos. — Los billetes, por favor —, Juan los entregó en silencio, el cobrador los miró con detenimiento y l...