Cucurucho sin premio
Mamá entra en la cocina. Estoy preparando su truita de patata. Como me mira, me doblega. Hay en sus ojos un flujo gris, algo que siempre horada mi ánimo. Oh, Dios, lo había olvidado. Ella trae en su mano ese papel como si fuera un viejo cucurucho, todo estropeado. Apenas si se ve el número. «Vamos ya, que se hace tarde y hay que cobrar el premio», me dice, un poco agitada. Ya está vestida para salir a la calle, con sus zapatos lustrados, su vestido de seda negra y ese viejo jersey gris tan fino y cuidado… y, bueno, su sombrero de gran dama. Ella se aferra a sus ayeres, a ese tiempo esponjoso, dúctil e inofensivo, que su cerebro le ha conformado. ¡Uf, se está quemando la truita ! ¿Cómo pude olvidarlo? No la truita , sino su antediluviano billete. Es hoy, el día en que papá murió hace veinte años, justo cuando iba a cobrar el reintegro del billete. Los cables le cayeron encima… él… tembló, se agitó y después se fue de nuestro universo. El billete estaba en su mano izquie...