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Mostrando entradas de febrero, 2025

Thriller

Pensé que sería una forma divertida de pasar la tarde del domingo. Me habían invitado a una fiesta temática de los años 80 y por supuesto me apunté sin preguntar más detalles. Quedé con mi grupo de amigos más atrevido en que me recogerían a las cinco y media de la tarde, pero sonaban las cinco en punto en mi reloj de pared del salón, cuando tocaron a la puerta. Se erizó mi vello y tuve un raro presentimiento de que algo iba a suceder. Al abrir la puerta y ver a la tropa disfrazada, se me diluyó ese presentimiento. Estaban ansiosos por llegar, estaban guapísimos, nos habíamos elaborado unos trajes llenos de detalles sobre los "Fraggle Rock" y cada uno teníamos un papel casi hecho a medida. Obviamente Gobo era Carlos, el explorador del grupo; Musi era Lola, la más "yogui" de nosotros; Rosi lo bordaría Carolina, su exuberancia y atracción genuina no dejaban lugar a duda; Bombo le tocó a Norberto, el payasete del grupo. Y a mí me quedó Dudo, el miedoso e indeciso, pero ...

Yo, Libro

Entonces, la letra entró. Se abrió camino entre las hojas, dejando un río de tinta como huella indeleble de su verdad, como si el juicio de las almas fuera alimento para la mente. Porque las palabras suenan, sin voz, detrás del oído, y son vida vaporizada en algarabía de sueños. Y cuando terminó de vaciarse, cuando la tinta se secó, nació el libro y dijo:   —Yo soy. Soy una puerta que va a dar a un cielo-mar, a una inmensidad, al aire que resopla junto al corazón. El que lo escribió lo llevó a la librería. Entró, y él era como una columna de humo, una sombra tenue que se desvaneció en un instante. Cuando el librero lo encontró sobre una mesa, supo que estaba terminado, que podía llevarlo a un estante, aún caliente, mórbido y turgente, como un recién nacido. Lo miró.   —Es para alguien —se dijo —y vendrá por él. Días y meses pasaron, y el libro se hizo viejo bajo el sol. Un día, una lectora comenzó a sacar libros de aquel estante. Leía sus cubiertas, y los devo...

La caja mágica

Había un rey al que al que le gustaban mucho los libros, pero era muy viejo y estaba casi ciego. El rey convocó a dos hombres a su castillo y les dijo lo siguiente: -Vasallos, me queda un año de vida por una enfermedad degenerativa y os he elegido para estar conmigo hasta el último suspiro. -Majestad, qué puede hacer un humilde bibliotecario aburrido como yo por vos. -Dijo Pedro. -Muy fácil, tienes que leerme mis diarios de guerras, amoríos y aventuras. - ¿Y a mí? -Antonio eres el monje escribano, el mejor contador de historias del reino, tu escucharas conmigo a Pedro y le darás forma a mi libro tiene que ser un estilo de héroe legendario, que sea admirado por la eternidad. -Con mi debido respeto, he de iniciar mi perenigraje a Santiago para dejar los santos manuscritos, Pedro puede escribir un buen ejemplar. -Dijo Antonio. -Tu lujuria te excomulgo, creías que no me iba a enterar en mi propio reino. ¿Y yo? (dijo Pedro con la voz temblorosa). -Tú no tienes vida, Pedro. Moriréis los dos ...

Érase una vez un libro... que sabía demasiado.

Y entonces me dijo: 《Érase una vez un libro que sabía demasiado, pero no sabía cómo decirlo todo. A veces se quedaba en blanco. Otras veces llenaba sus páginas con un montón de palabras, pero resultaba denso y complejo, y nadie quería leerlo. Otras, esbozaba unas líneas, pero luego se arrepentía de intentarlo y no terminaba. Incluso podía poner una única palabra.  Escueta.  Simple.  Precisa.  Pero no solía parecerle suficiente a casi nadie.  El libro estaba apenado porque se sentía inútil, aún sabiendo muchísimo. El día más duro para él fue cuando escribió la verdad más absoluta que conocía: "NO SÉ", y sólo recibió críticas de todo el mundo.  De modo que durante una larga, larguísima temporada cerró sus tapas y se guardó en un cajón.  Durante ese tiempo se dio cuenta de que nadie quería saberlo todo. Entonces, suspiró y tomó una importante decisión. Salió del cajón y escribió en su portada: "¿QUÉ QUIERES SABER?", y así consiguió que le leyeran. Cada un...

Érase una vez un libro muy sabio

Érase una vez un libro muy sabio. Contenía todo el saber que se había recopilado hasta ese momento. Poseía todas las cualidades y valores que caracterizaban a la sabiduría en el más amplio sentido. Incluso, se actualizaba día a día con los nuevos avances en las múltiples y variadas ramas del conocimiento. En la Biblioteca Pública del pueblo había una estancia especial para él.  Allí, acudían los habitantes a leerlo cuando tenían que tomar una decisión importante y sentían las cálidas oleadas del viento de la duda, soplando alternativamente desde distintas direcciones sin detenerse en ninguna, afectando a cualquier aspecto de su existencia. Además, el libro poseía una faceta mágica asombrosa: adaptaba sus respuestas al nivel de experiencia y de crecimiento físico, psíquico y espiritual de quien lo consultaba. Uno a uno, los ciudadanos se colocaban delante de él y le exponían el tema que les preocupaba. De inmediato, hacía una especie de escaneo del "QR" del consultante y a c...

Fin

La profesora de Escritura creativa avanzada blandía un tocho de cien páginas en cuya portada se podía leer "erase una vez un libro", paseando silenciosa y lentamente por el aula y mirando al suelo.  —Siempre sorprendes Antonio, —dijo de pronto levantando la cabeza mirando al infinito, — y como siempre sorprendes ya dejas de sorprender. Los quince protoescritores que formaban el alumnado cabizbajearon, pero Antonio, el autor, con un gesto de disconformidad levantó la cabeza y contestó a la profesora, y de la conversación que surgió entre Antonio y profesora doy testimonio ante el juez. —Comience, —dijo el juez. — A continuación leeré la transcripción del diálogo según sucedió, le hago entrega del pendrive con la grabación de la clase donde consta,  —y el abogado empezó a leer el diálogo:   — Profesora Finín, ¿qué es lo que no le gusta exactamente de mi libro? Su crítica, entiendo que es, que soy previsible, pero eso es tener estilo, según nos dice en las clases, es mear y ...

Digno

Manuel iba con su padre. Se dirigían al centro de la ciudad. La suave luz del atardecer anunciaba el fin del día. Era una zona desconocida para él, miraba a su alrededor con curiosidad, esa curiosidad con la que solo los niños pueden mirar el mundo. Nada se les escapaba a sus pequeños ojos. De pronto miro a su izquierda y entre las tinieblas de una calle oscura vislumbró una librería medio escondida. Tenía una fachada muy antigua de madera y un escaparate repleto de libros de todo tipo. Era de esas librerías que al entrar te transportan a otra época. A Manuel le llamo mucho la atención; había en ella un halo de misterio y la curiosidad pudo más que cualquier otra cosa.    -Papa quiero entrar ahí- dijo Manuel. -Pero hijo, esa librería es muy vieja. Vamos al centro a una librería normal. -No, papa, quiero entrar a esa.    No sabía por qué, pero algo en su interior le decía que allí encontraría algo especial. Empujaron la puerta de madera acristalada y sonó el tint...